Condenados al éxito VI. Por Enrique Pagella

La condenada señal de wifi, vaya paradoja, me permitió ver a la orgullosa Francia versus el aguerrido team de Marruecos. Debo confesar que, cual un periodista deportivo español, deseaba ansiosamente que los posibles rivales de Argentina empatasen a los largo de los 90, fuesen a alargue y siguiesen empatados para ir a los penales donde se impusiese, agónicamente, la escuadra africana, de modo que llegase a la final con menos descanso que la scaloneta.

Pero los deseos están hechos de la misma sustancia evanescente que anima los sueños y la realidad suele deshacerlos con apenas un chasquido de dedos. Francia, sin casi transpirar, le ganó a los marroquíes con autoridad, más allá de que los muchachos verdirrojos dispusieron de alguna que otra chance.

En fin, la albiceleste deberá medirse con el actual campeón del mundo, un gran equipo que cuenta con jugadores de excelencia como Dembelé, que no se cansa de cavar un surco por el carril derecho; Griezmann y su eficiente elegancia; Giroud, que ha opacado la ausencia de Benzema; y, claro, ese rayo bestial que es M´bappé – ya lo hemos sufrido; nadie lo pudo parar en el Mundial de Rusia.

¿Debilidades? Ninguna que resulte evidente excepto el carril del lateral izquierdo, Theo Hernández, que funciona más como mediocampista externo o punta – no se cansa de ir al ataque – y que bien podría ser aprovechado por di María, en caso de jugar, y Nahuel Molina si le da, de nuevo, un ataque de marcador de punta brasilero como contra Países Bajos.

Será un encuentro entre – no queda lugar a dudas – los dos mejores equipos del torneo.

En Argentina, bien se sabe, la selección no es un mero combinado nacional. En Argentina – ya lo decía nuestro escritor maldito por antonomasia, Osvaldo Lamborghini – todo es susceptible de alcanzar un alto grado de poder  representativo.

Bien dicho sea de paso: si uno busca en el diccionario de la RAE, la palabra “representación”, se topará con una acepción que expresa con precisión lo que quiero connotar cuando escribo “poder representativo”. Representación: Imagen o idea que sustituye a la realidad.

En efecto, porque la selección argentina, como ya señalé, no es un mero rejunte de los mejores players sino una metonimia en la que la parte, la selección, absorbe y despoja al todo, al país, a la Nación, de sus atributos. Los argentinos, si la selección gana, si la selección logra la copa del mundo, nos sentiremos más argentinos y gozosamente sentiremos, también, que somos una gran Nación, una gran tierra, un gran pueblo condenado al éxito.

De seguro esta impronta constituye no solo una impostura sino y de seguro un vicio, un vicio tonto, ingenuo y compensativo ante una historia de decepciones políticas y económicas de un país que tiene todo para asegurar una vida feliz al pueblo y que, sin embargo, no lo consigue.

Pero ¿quién tiene el derecho de diluir una alucinación metonímica cuando el alucinado, alucinando, es feliz en extremo? ¿Quién estaría en lo correcto si osara hacerle ver al alucinado que su alucinación no es más que una tontería con efecto de felicidad?

Espero que los hermanos latinos, que tanto critican este rasgo de la argentinidad al palo, sepan observarlo con cariño o, al menos, condescendientemente. No son muchos los aspectos nacionales de los que podemos jactarnos. Nuestras geografías, nuestras artes, nuestra gente – el vulgo simple y bueno – y algunos deportes, entre ellos el rey futbol.

Última observación: Si perdemos – noten el metonímico uso del plural -, al menos yo no me sentiré defraudado. Son pocas las naciones que pueden presumir de tres subcampeonatos mundiales.

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