El camino a la rudeza. Por Andrés Felipe Escovar

En la lucha libre se ha instalado la existencia de los rudos y los técnicos. En cada combate, sea grupal o entre dos individuos, cada uno de ellos enarbola la representación de alguno de esos dos polos que encarnan la lucha del bien con el mal. No hay lugar a puntos intermedios, al menos cuando comienza la pelea. La mayoría de los aficionados le hace fuerza al técnico, que encarna los valores ciudadanos y el virtuosismo, mientras que abuchea al rudo, siempre atento a utilizar cualquier argucia que le permita una ventaja ante el oponente. Los silbidos se difuminan con el paso del tiempo: cada gesto deriva en picardía -por eso no hay lucha libre europea, ni siquiera en España, donde se postula el origen de lo quizá por las aspiraciones de modernización europea, y en Estados Unidos es un espectáculo semejante a los MTV awards – y, en ese deslave, florece una simpatía por el denostado: el rudo es más humano y el técnico es un arquetipo tan limpio que provoca bostezos e indiferencia

En Qatar, Messi ha transitado, como en una novela de iniciación, de lo técnico a lo rudo para así consolidarse como héroe. Sus gestos, la forma de dar la cara y afrontar los noventa minutos en los que está en el ring, han generado lo que otrora era impensable: propiciar el amor de unos y el desprecio de otros. Quizá por una casualidad- que nunca es solo eso – devino rudo cuando Ronaldo y su seleccionado fueron eliminados del mundial y su figura, como en la misma novela de iniciación, corresponde a la de un paria traicionado para así transformarse en un antihéroe cuyo destino será la exaltación futura de los cultores de una reverberación trágica.

Messi, como rudo, ha gustado a los aficionados de Argentina y ha suscitado una torción más en la llamada argentinidad- ese ideal en torno al cual gravita gran parte del trabajo de académicos, ensayistas y cultores de la charla en los cafés de Buenos Aires-. Incluso se le ha adjudicado el papel de rebelde.

Quizá por la distancia que me propicia el no ser un futbolero consumado o tener reservas con el ethos messianico y no haber nacido en un país cuya federación de fútbol no ha conseguido algún éxito notable, no lo siento tal. La rebeldía corresponde a los débiles. Y Argentina, en el fútbol, nunca lo ha sido: forma parte de ese grupo de potencias que dominan los certámenes más importantes y multimillonarios del rubro. El seleccionado argentino y Messi, más que rebeldes, han sido “imperiales” o altaneros…. Como los rudos. Se han impuesto por la prepotencia de trabajo. En la final, se enfrentarán a un equipo que fungirá como el débil (si clasifica Marruecos) y despojará de rebeldía a Messi -que le marque un gol proverbial a Marruecos será una muestra de su talento, pero no una insurrección ante un poderoso – y serán esos débiles los buenos; o compartirán el ring de grama con unos técnicos, bien portados (Francia), a los cuales comenzarán alabando todos aquellos que no sigan a Argentina y terminarán aburriendo al punto de que los rudos serán los aclamados. A la selección de Argentina y a Messi les conviene Francia para dar cierre al heroísmo que esta historia persigue en su último partido.

Pase lo que pase el domingo, el rudo Messi genera lo que antes apenas se asomaba: un debate que lo hará memorable, como Maradona, su predecesor, al que algunos, incluyendo Valdano, le han otorgado el papel de prototipo de ese doble llamado Lionel.

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